Entrevista a María de Macedo, violoncellista y pedagoga

“La fuerza de la enseñanza es la del amor y de cómo transmitirlo”


Una entrevista de Álvaro Llorente

Pocas personas han hecho tanto por la pedagogía del violoncello en España como María de Macedo. Desde que llegó a nuestro país, hace más de 30 años, son incontables los estudiantes de violoncello que han pasado por sus clases, logrando muchos de ellos puestos importantes dentro de conservatorios, orquestas o como solistas, tanto dentro como fuera de España. Los días 7 y 8 de mayo impartirá un curso en CEPIC dedicado a la etapa intermedia en la enseñanza del violoncello.

¿Cómo comenzó su relación con la música?
Yo nací en una familia que no era de músicos, aunque sí era una familia culta. Mi padre y mi madre se interesaban muchísimo por la música y recuerdo que muy pronto empecé a asistir a  conciertos. En mi casa se escuchaba música a todas horas a través de la radio, y recuerdo que con nueve años, cuando escuchaba música de Schubert, en concreto el ciclo de lieder Winterresise cantado por Elisabeth Schumann, que era la gran soprano de la época, yo empezaba a llorar una y otra vez sin saber realmente por qué.

¿Y cómo acabó tocando el violoncello? ¿Cómo llegó a él?
M: Yo llegué al cello a través de la música y no desde el instrumento. Cuando era pequeña no tuve la posibilidad de recibir clases de violoncello ni de violín así que tuve que esperar hasta tener once años para empezar a estudiar violoncello. El violín también me interesaba mucho, me atraía la figura de Menuhin, que por entonces era aún muy joven. Recuerdo que había una grabación de Menuhin con George Enescu, su profesor, del Doble Concierto de Bach cuyo tiempo lento me emocionaba muchísimo. Pero si llegué al violoncello fue en parte debido a una grabación de Casals del Concierto en Si bemol de Boccherini, en la versión de Grützmacher; el segundo tiempo era tan hermoso, tan bonito, que me emocionaba casi tanto como aquellas emociones tan fuertes que yo había experimentado ya con los lieder de Schubert. Realmente el hecho de que Casals llegara a emocionarme tanto fue lo que me hizo empezar a considerar el violoncello como una opción. Además encontramos violoncello y conocimos a una buena profesora, lo que facilitó mucho la decisión de empezar a aprender música seriamente.

¿Quién fue su primer profesor? ¿Cómo recuerda sus primeras clases?
Por aquel entonces estaba en Oporto, donde vivíamos, la profesora Doña Madalena Costa, que vive aún hoy con cien años cumplidos. Ella era hija de músicos importantes, su padre había sido alumno de Busoni, que a su vez había sido alumno de Liszt. Empecé a estudiar con ella a la edad de once años y continué haciéndolo hasta que terminé el curso superior del conservatorio de Oporto. Después del primer año de estudios, di mi primer recital con un programa compuesto por la Primera Suite de Bach, la Segunda Sonata de Beethoven y una sonata italiana de Pasqualini. De aquella época recuerdo el entusiasmo por la idea de hacer música a través del violoncello, así como la dedicación y el compromiso sincero de seguir haciendo música por el resto de mi vida. Un entusiasmo que continúo manteniendo hoy en día.

¿Qué pasó cuando terminó sus estudios superiores? ¿Cuál fue su siguiente paso?
Al terminar el curso superior en Oporto nos planteamos la cuestión de con quién continuar mis estudios de violoncello. En ese momento pensamos en Guilhermina Suggia, con tan poca suerte que pocos meses después de haberme dicho que me recibiría como alumna murió, después de que su proceso de enfermedad se desarrollara con una rapidez tremenda en los últimos meses de su vida. Al descartar esta opción pensamos en Casals. Esta opción suponía tener que desplazarse a Prades y vivir allí. Era una situación complicada para mi familia,  además de que el precio de sus clases era tan alto que tuvimos que dejar por imposible esa opción. Así que tuvimos que dejar en suspenso la decisión.

Pero después conoció a Fournier y empezó a estudiar con él. Y posteriormente con Starker. Háblenos un poco de ellos, ¿qué destacaría de cada uno?
Aquel año vino Pierre Fournier a Oporto para dar tres recitales. Después de escucharle en concierto tuve claro, en ese mismo momento, que él tenía que ser mi profesor. Fui a verle a Paris y tuve la fortuna de que me aceptara como alumna después de que me escuchara tocar. Trabajé con él durante algunos años, primero en París y posteriormente en Ginebra. Fue mi primer gran profesor y me dejó una huella muy fuerte de estética musical que creo que nunca he abandonado.
Más tarde mi otro gran profesor, que también me ha influido mucho como cellista y profesora, fue Janos Starker. Pasé tres años en Bloomington (Indiana) con él, siendo su asistente, y creo que absorbí muy profundamente todos sus principios musicales e instrumentales acerca de cómo hacer música con el instrumento, de la parte técnica de la música y de su ética musical, que consistía tanto en el respeto por la obra como por el compositor. Si tuviera que destacar algo de él sería eso, su honestidad de orden musical.

¿Qué otras figuras de la historia de la música le han influido?
Además de mis profesores hay otras muchas personas del mundo de la música que me han dejado una gran huella. Quizá de entre todos destacaría la figura de George Enescu. En París tuve la oportunidad de asistir a algunas clases magistrales suyas a violinistas y siempre tuve la sensación de que fue un músico tan completo en todas sus facetas… como compositor, director de orquesta, violinista, pianista, profesor… que todavía hoy le recuerdo como una de las personas que más me han influido y que siguen sirviéndome de ejemplo.

¿Cómo comenzó su vida profesional con el violoncello?
Muy pronto, ya a partir de los diecinueve años, cuando terminé mis estudios en el Conservatorio de Oporto, empecé una carrera muy activa a nivel de recitales y conciertos por todo Portugal. Recibí el primer premio en el concurso Guilhermina Suggia y pude tocar el concierto de Elgar en Lisboa y Oporto con su Motagnana. Durante unos diez años la actividad de conciertos como solista y en trío fue muy intensa y llegué a tocar en el Wigmore Hall de Londres junto a Sequeira Costa, un gran pianista portugués de la época.
Esos años fueron realmente muy prometedores. Lo que pasa es que la vida muchas veces nos impone condiciones que nos llevan por distintos caminos. Al terminar mi estancia en Bloomington entré en la Orquesta Gulbenkian. La orquesta nos exigía una dedicación casi completa y limitó de cierta manera mi actividad profesional como solista.

¿Por qué vino a España?
En un determinado momento salí de Portugal y volví a Europa hasta que finalmente vine a España. La razón principal fue mi matrimonio con Elías Arizcuren, también violoncellista y compañero mío en la Orquesta Gulbenkian, que acababa de conseguir una posición importante en la Orquesta Nacional de España.

Y fue entonces cuando empezó a dedicarse fundamentalmente a la enseñanza.
Lógicamente yo tenía que hacer una actividad compatible con la de mi marido. Podría haber entrado en la Orquesta de RTVE pero era mucho más lógico que yo tuviera una actividad estable que no me obligara, por ejemplo, a viajar frecuentemente, así que el hecho de dedicarme a la enseñanza a partir de ese momento con mucha intensidad ha tenido que ver con esto. Como decía antes podríamos decir que la vida nos empuja y decide por nosotros muchas cosas que no son exactamente aquellas que nosotros deseamos, que en aquel momento significó lograr una posición estable en mi casa en Madrid y dedicarme a la enseñanza.

¿Cómo fueron sus primeras clases como profesora? ¿Qué recuerda de ellas?
Al principio empecé con alumnos de todos los niveles, incluso con algunos que ya habían terminado sus estudios en el conservatorio. Enseguida me di cuenta de que se abría ante mí un campo que me pareció realmente fascinante; podía coger alumnos mucho más jóvenes, de en torno a los doce años, e intentar formarlos de la manera en que yo entendía la música. Así empecé con una generación de jóvenes de la que formaron parte Damián Martínez, Ángel García Jermann, Laura Oliver, Aldo Mata, Israel Fausto Martínez… por hablar de un grupo que ahora ya son padres de familia y que por aquel entonces tenían entre trece y quince años. Esos fueron mis primeros alumnos y mi primera fascinación, digámoslo así, desde el punto de vista de la enseñanza.

¿Cómo se sintió en estas primeras clases? ¿Qué tal se desenvolvía con los alumnos?
Casi no recuerdo cuál fue la sensación, pero creo que hay algo que deberíamos tener todos los profesores cuando estamos con un alumno, que es la sensación de saber a dónde queremos llegar. Ahora, lo difícil es saber si es posible llegar donde queremos llegar. Pero está muy claro que estamos ahí para ayudar al desarrollo musical del alumno. Creo que di mi primera clase de violoncello con 16 años, pero fue cuando llegué a España cuando empecé a dar clase de una manera profesional y con un grupo más nutrido de alumnos. No tengo nunca en mente qué tengo que hacer en clase con un alumno, es una dinámica completamente espontánea la que utilizo con mis alumnos; lo único que realmente persigo cuando doy una clase es dónde quiero llegar, esa es siempre la meta final. La meta final es la música, y hacerla con perfección si puede ser, hacer que el alumno llegue a realizar esa música y sentirla con toda la profundidad.

¿Siente que ha evolucionado como profesora hasta el día de hoy? ¿Qué ha hecho para convertirse en una profesora de referencia en el mundo del violoncello en España?
Claro que he evolucionado como profesora y me parece lo más normal. Me parece que la vida y la música son lo mismo. Lo que hacemos es llevar a la música las experiencias de la vida, por lo tanto hay una fusión total entre una cosa y la otra. El hecho de ser profesora consiste simplemente en intentar transmitir a los alumnos esa idea de que no hay separación entre vida y música, realmente lo que hacemos es traducir en sonido la experiencia que los compositores han tenido de su propia vida, la cual se refleja en su obra. Pienso en Brahms, Beethoven, Bach, Schubert… podemos ver claramente sus experiencias vitales en su música escrita y es nuestro deber encontrar qué simbiosis puede haber entre su vida y nuestras propias experiencias. De esta manera, de la unión de las dos cosas, debemos hacer que el lenguaje que utilizamos para transmitir la música a los demás contenga todo eso.

¿Cómo es usted como profesora?
Yo no tengo consciencia de cómo soy como profesora, al fin y al cabo cada uno es aquello que los otros dicen que somos. Yo sólo tengo consciencia de intentar transmitir mis propias experiencias de la vida a los alumnos a través de la música.

¿Tiene algún secreto?
A mi entender hay un secreto, que no es un secreto en realidad, pero sí que es una actitud. Esa actitud es pensar cuál puede ser el motor en la vida de alguien. Yo pienso que el motor de la vida y la columna vertebral de todo y para todos, conscientes o no de que esto es así, es el amor. ¿El amor en qué formas? En las múltiples formas que el amor puede tener. Pero siempre es la ilusión del amor la que puede convertir en vida la música. Y eso es lo que me pasó a mí con Schubert. Creo que amé por primera vez cuando escuché Winterreise con nueve años. Me deshacía en lágrimas. Y hoy por hoy, todavía si escucho Schubert puede volver a ocurrirme exactamente igual, la emoción puede ser tan fuerte que puedo llegar a llorar. La fuerza de la enseñanza es la del amor y de cómo transmitirlo; amor presente, amor ausente, amor realizado, amor idealizado, amor real, amor irreal… todo eso está dentro de la música.

¿De quién ha aprendido más a la hora de enseñar y trabajar con sus alumnos?
La principal influencia que he tenido a la hora de mejorar mi manera de dar clase viene de que aprendí a escuchar a todos aquellos que son mejores que yo, sobre todo en clases magistrales. Cada vez que asisto a una clase de un gran solista y profesor soy yo la que aprendo. Hay otra cosa importante: también he aprendido mucho observando a mis propios alumnos.

¿De qué se siente más orgullosa como profesora?
Yo no tengo la más mínima sensación de orgullo como profesora. Tampoco tengo la sensación de hacerlo todo bien o ser mejor que cualquier otro. Lo que yo sí que tengo presente es que hay mucho estudiantes que necesitan de ayuda en el campo del violoncello y de la música; por eso cada vez que doy una clase intento pensar en cómo puedo ayudar a esa persona. Tengo más presente cómo puedo ayudar a esa persona con la música que con el violoncello. El violoncello me interesa como profesora de violoncello que soy, así que es importante dar la información sobre el instrumento con todo el rigor, pero por encima de todo y desde el principio lo más importante es hacer música. Sólo cuando la música es el objetivo final el instrumento cobra sentido.

¿Qué es lo más importante que intenta transmitir a sus alumnos?
Lo más importante que yo quiero transmitir a mis alumnos es que escuchar y aprender son dos cosas que no deberían abandonar nunca en toda su vida.

¿Qué cree que es lo más importante que un profesor deber transmitir a sus alumnos durante sus primeros años de formación?
Yo diría que lo principal es que el niño no pierda nunca la ilusión de hacer música ni el interés por el instrumento. Antes de nada el niño tiene que aprender a divertirse con la música, a pasarlo bien y a ser feliz con ella. El cometido de un profesor de niños pequeños es sobre todo enseñar a amar la música, esto es fundamental. La decisión de convertirse en un profesional o no, generalmente se toma más tarde. La edad ideal para empezar a planteárselo es en torno a los doce años.

¿Cuáles cree que son los aspectos principales con los que debe contar todo buen intérprete?
Yo creo que saber es importante, conocer es importante, pero el mundo del sentir es el más complicado. Y saber y conocer en cualquier tipo de arte sin sentir, es difícil. La combinación del conocimiento y de la sabiduría tiene que tener el ingrediente del sentimiento porque si no la verdad estaría en riesgo de no poder ser transmitida. ¿Cómo enseñar a sentir? Es un campo fascinante porque implica ayudar a alguien a trabajar desde el campo de su propia imaginación, de su ser más profundo, de su inteligencia, de su saber y traerlo al campo de la música y poder transmitirlo. Creo que este tipo de sensación sólo puede ser cultivado a través de la propia vida. Dicho de otra manera, sería poner en práctica la gran frase de Starker, que decía que no tienes que tocar notas sino contar una historia. No todos los compositores cuentan las mismas historias. No todos los compositores escriben música de la misma manera y como profesionales ser capaces de abordar cualquier tipo de música, ya que no toda la música puede ser tratada e interpretada de la misma manera. Y eso tiene que ver, evidentemente, con algo muy profundo que se llama vida.

¿Cómo ve el mundo del violoncello en España actualmente?
Es una alegría inmensa pensar en cómo el violoncello ha progresado en España. Es una realidad. Yo llevo más de treinta años en España y recuerdo lo que era el violoncello aquí cuando llegué. Hoy en día una hay generación que no pasa de los cuarenta años que ha cambiado completamente el panorama del violoncello en este país. Aunque creo que este hecho se ha reconocido antes en el extranjero que dentro de España. Fue en el extranjero donde yo escuché por primera vez que el violoncello en España había cambiado. Hoy en día esto es una realidad y siento una enorme alegría de saber que es así. ¿Por qué ha cambiado? Creo que ha sido un esfuerzo común, un esfuerzo por saber salir, conocer, escuchar y contactar con los mejores en su campo. Aprender es algo que podemos hacer todos los días y la única condición es saber escuchar. A partir de ahí creo que todos aquellos que hoy por hoy ya son figuras y que tienen la oportunidad de transmitir mucho a los demás nunca dejarán de aprender durante el resto de su vida. Por lo menos ese es el concepto que yo tengo de aprender y creo que esta actitud de aprender y por lo tanto de abrir el pensamiento y el conocimiento al universo entero, a todas las culturas y aquellos lugares en los que la cultura de la música se cultiva mejor, es lo que ha hecho que España haya realizado este enorme progreso en todos los campos de la música en general.

Para acabar, ¿podría decirnos que recomendaría a un profesor que está empezando a adentrarse en el mundo de la enseñanza?
A todos los profesores que son jóvenes y que empiezan ahora a encontrar su empleo por medio de la enseñanza del violoncello o de que cualquier otro instrumento, tanto a niños como a adolescentes, yo les recomendaría la asistencia a clases magistrales, esto me parece algo indispensable. No hace falta acudir como alumno activo con un gran profesor para aprender de él, escuchando sus clases, aprendemos no sólo aquello que queremos trasmitir a nuestros alumnos, sino cómo enseñarlo. Así vamos renovándonos cada día. El consejo que yo le doy a cualquier profesor joven, que tiene muchos años por delante para desarrollar su trabajo, es no olvidar que aprendemos a través de escuchar a los que son mejores que tú. El día en que dejas de aprender o te desinteresas de hacerlo automáticamente te estancas en aquello que estás haciendo.

Muchas gracias María, ha sido un placer conversar con usted esta mañana.
El placer ha sido mío, nos vemos pronto en el curso.